Un joven ya no podía más con sus problemas. Cayó de rodillas, rogando:
–Señor, no puedo seguir. Mi cruz es demasiado pesada.
El Señor, como siempre, acudió y le contestó:
–Hijo mío, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esta habitación. Después abre la puerta y escoge la cruz que tú quieras.
El joven suspiró aliviado.
–Gracias, Señor– dijo, e hizo lo que le había dicho.
Al entrar, vio muchas cruces, algunas tan grandes que no podía ver la parte de arriba.
Después, vio una cruz pequeña apoyada en un extremo de la pared.
–Señor– murmuró, quiero esa que está allí, dijo señalándola.
Y el Señor le contestó:
–Hijo mío, ésta es la cruz que acabas de dejar.
-Cuentos populares
Liliana Franco
Quiero platicar® Coaching
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