El maestro Sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma…
–Maestro, lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado.
–Pido perdón por eso. –Se disculpó el maestro– Permíteme, que en señal de reparación, te convide con un rico durazno.
–Gracias maestro– respondió halagado el discípulo.
–Quisiera, para agasajarte, pelarte el durazno yo mismo. ¿Me permites?
–Sí, muchas gracias– dijo el alumno.
–¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano el cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?
–Me encantaría… pero no quiero abusar de tu hospitalidad, maestro.
–No es un abuso si yo te lo ofrezco. Sólo deseo complacerte.
–Permíteme también que te lo mastique antes de dártelo…
–No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! – se quejó sorprendido el discípulo.
El maestro hizo una pausa y dijo: –si yo les explicara el sentido de cada cuento… sería como darles a comer una fruta masticada.
-Cuentos populares
Liliana Franco
Quiero platicar® Coaching
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