Caminaba distraídamente por la calle cuando la vio.
Era una enorme y hermosa montaña de oro.
El sol le daba de lleno y al rozar su superficie reflejaba tornasoles multicolores, que la hacían parecer un personaje galáctico salido de una película de Spielberg.
Se quedó un rato mirándola como hipnotizado.
–¿Tendrá dueño? –pensó.
Miró a todos lados, pero nadie estaba a la vista.
Al fin, se acercó y la tocó.
Estaba tibia.
Pasando los dedos por su superficie, le pareció que su suavidad era la correspondencia táctil perfecta de su luminosidad y de su belleza.
–La quiero para mí –pensó… Muy suavemente la levantó y comenzó a caminar con ella en brazos, hacia las afueras de la ciudad.
Fascinado, entró lentamente en el bosque y se dirigió al claro.
Allí, bajo el sol de la tarde, la colocó con cuidado en el pasto y se sentó a contemplarla.
–Es la primera vez que tengo algo valioso que es mío.
¡Sólo mío! –pensaron los dos simultáneamente.
-Cuentos populares
Liliana Franco
Quiero platicar® Coaching
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